El niño en muchos hogares se ha convertido en el dominador de la
casa, se ve lo que él quiere en la televisión, se entra y se sale a la calle si
así a él le interesa, se come a gusto de sus apetencias.
Cualquier cambio que implique su pérdida de poder, su dominio,
conlleva tensiones en la vida familiar, el niño se vive como difícil, se
deprime o se vuelve agresivo. Las pataletas, los llantos, sabe que le sirven
para conseguir su objetivo.
Son niños caprichosos, consentidos, sin normas, sin límites, que
imponen sus deseos ante unos padres que no saben decir no.
Hacen rabiar a sus padres, molestan a quien tienen a su alrededor,
quieren ser
constantemente el centro de atención, que se les oiga solo a ellos.
Son niños desobedientes, desafiantes.
No toleran los fracasos, no aceptan la frustración. Echan la culpa
a los demás de las consecuencias de sus actos.
La dureza emocional crece, la tiranía se aprende, si no se le pone
límites.
Hay niños de 7 años y menos que dan puntapiés a las madres y éstas
dicen «no se hace» mientras sonríen: o que estrellan en el suelo el bocadillo
que le han preparado y posteriormente le compran un bollo.
Recordemos esos niños que todos hemos padecido y que se nos hacen
insufribles por culpa de unos padres que no ponen coto a sus desmanes.
Otro hecho reiterado es el de las fugas del domicilio y el
consecuente absentismo escolar con conductas cercanas al conflicto social. En
otros casos, el hijo o hija entra en contacto con la droga y es a partir de ahí
donde se muestra agresivo/a, a veces con los hermanos. Otros casos son los
hijos que utilizan a sus padres como “cajeros automáticos”, o con chantajes, o manifestando
un gran desapego hacia sus progenitores, transmitiendo que profundamente no se les
quiere.
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