¿Con cuál de las siguientes definiciones del
estudio estás más de acuerdo?
Estudiar es:
1.
Aprender de memoria uno o varios temas.
2.
Prepararse para aprobar un examen.
3.
Tratar de comprender algo de forma sistemática.
4.
Llevar a cabo los deberes que señala el profesor.
¿Cuál es la mejor
respuesta?
Veámoslo en detalle.
1.
Para aprender algo es necesario retenerlo o recogerlo, pero esto no es
suficiente. Hace falta también entender (lo que exige, a su vez, pensar,
reflexionar). Memorizar sin comprender es solamente repetir (como un loro).
2.
El sentido del estudio es encontrar respuestas para lo que nos
preguntamos y no sabemos. Hay que estudiar para saber y no simplemente para
aprobar exámenes.
3.
Esta es la mejor de las cuatro definiciones. Lo fundamental del estudio es la
comprensión. Por ello debes esforzarte por comprender todo lo que estudias.
No basta entender algunas cosas: hay que intentarlo con todo lo que se
estudia, y siempre, es decir, de forma sistemática
4.
El estudio no es simplemente adquirir información, conocer cosas. Tampoco
puede reducirse a hacer lo que señala el profesor. Si te limitas a hacer
esto, tendrás una actitud pasiva y no sabrás hacia dónde te diriges o qué persigues.
A continuación, proponemos una definición que está
muy relacionada con la citada en tercer lugar:
Estudiar es aplicar las facultades mentales para
adquirir, comprender y organizar el conocimiento.
ESTUDIAR NO ES
COMPRENDER
Estudiar es situarse adecuadamente ante unos contenidos, interpretarlos, asimilarlos, retenerlos, para después poder expresarlos en una situación de examen o utilizarlos en la vida práctica.
APRENDER es obtener
el resultado positivo que se busca con la actividad de estudio.
El punto crucial es aprender a aprender.
Y se aprende gracias a estrategias. Una vez adquiridas, las buenas
estrategias de aprendizaje, nos sirven para toda la vida.
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lunes, 20 de enero de 2014
APRENDER A ESTUDIAR
miércoles, 1 de enero de 2014
EDUCACIÓN: ¿QUIÉN SUSPENDE?
Sabemos por
experiencia propia lo que la educación puede significar para un niño: en
nuestra vida hemos visto cómo una generación de niños provista de formación
construía una nación. Y nuestra educación fue la base que nos permitió tomar
parte en los acontecimientos históricos de nuestros respectivos países: la
liberación de nuestros pueblos del colonialismo y el apartheid.
La educación puede
marcar la diferencia entre una vida de pobreza opresiva y la posibilidad de una
vida plena y segura: entre niños que mueren a causa de una enfermedad evitable
y familias que se crían en un entorno saludable; entre huérfanos que crecen en
el aislamiento, y comunidades que tienen los medios para protegerlos; entre
países destrozados por la pobreza y los conflictos, y el acceso a un desarrollo
seguro y sostenible. La enseñanza es uno de los instrumentos más eficaces que
tenemos para promover la prevención del sida y poner fin a la propagación de la
pandemia. En tiempos de paz, la enseñanza puede proveer a los niños de medios
para protegerse; en tiempos de guerra, puede literalmente salvarles la vida.
Pero hoy en día el
mundo atraviesa una crisis de la educación. Ciento veinte millones de niños
-dos terceras partes de ellos niñas- no tienen acceso a la enseñanza básica. Uno
de cada cinco niños no verá nunca el interior de un aula. Al consentirlo,
estamos impidiendo a estos niños participar significativamente en la sociedad;
estamos permitiendo que aumenten las diferencias entre los países desarrollados
y los subdesarrollados, y perpetuando los ciclos de pobreza y desigualdad.
En muchos países en
desarrollo, el precio de la escolaridad es la barrera que impide llevar a los
niños al colegio. Incluso en países en los que la enseñanza primaria se supone
que es gratuita, el coste de los libros y uniformes significa que muchas
familias pobres sencillamente no pueden permitirse el dar a sus hijos una
educación. En Zambia, enviar a una criatura a la escuela primaria puede
costarle a una familia una quinta parte de su renta; no es de extrañar que más
de medio millón de niños de este país no vayan al colegio.
Los Gobiernos tienen
que hacer mucho más para que todos los niños puedan acceder a la
escolarización. En nuestro continente, África, los presupuestos nacionales a
menudo no dan prioridad a las necesidades básicas de los más pequeños: acceso a
la enseñanza, atención sanitaria y agua potable. Aunque nuestras prioridades y
compromisos están claros, la respuesta a esta situación puede ser
extraordinaria. En Malawi, la matriculación en escuelas primarias creció en un
50% a raíz de la decisión del Gobierno de suprimir los pagos de matrícula y los
uniformes obligatorios en 1994. Hoy Malawi es uno de los pocos países del mundo
en los se matriculan por igual en las escuelas primarias niños de ambos sexos.
Sin embargo, estos logros han hecho más difícil la lucha permanente por
encontrar recursos suficientes para financiar la educación, ya que los colegios
se ven ahora superados por el número de alumnos.
En el Foro Mundial de
la Educación reunido en Dakar, Senegal, los Gobiernos y las organizaciones
donantes se reafirmaron en su compromiso de universalizar la enseñanza primaria
para el año 2015. Los países en desarrollo prometieron implantar programas de
Educación Para Todos (EFA, siglas en inglés) que contemplarán la escolarización
gratuita de los alumnos de primaria. La comunidad internacional prometió que
'la falta de recursos no impedirá a ningún país seriamente comprometido con la
Educación Para Todos alcanzar esta meta'. Dos años después, muchos países que
han elaborado planes de enseñanza no están recibiendo el apoyo prometido. El
ministro de Educación paquistaní, Zubaida Jalal, cita la falta de recursos como
una 'barrera insuperable para la Educación Para Todos en la región del sur de Asia'.
La decisión tomada
por el Gobierno de Holanda de asignar 135 millones de euros para financiar
campañas de educación en países en vías de desarrollo es alentadora, pero no es
más que uno de los escasísimos intentos por llevar a la práctica el compromiso
con la Educación Para Todos. Recientemente, el Banco Mundial hizo un
llamamiento para eliminar el pago de matrículas en los colegios, implantar
medidas inmediatas para aumentar los recursos asignados a países que tienen
planes de enseñanza, y multiplicar por tres o por cinco las donaciones para la
enseñanza primaria. Agradecemos calurosamente el nuevo Plan de Acción del Banco
para la educación, que ha sido respaldado por los ministros de Economía y
Desarrollo del G-7. Debemos asegurarnos de que estas medidas se cumplen y no se
convierten en la última serie de iniciativas que no se llevan a cabo.
Vivimos en una
economía global de más de 30 billones de dólares; tenemos los recursos. El año
pasado, el mundo gastó casi el doble en defensa que en educación (en algunas
regiones hasta cuatro veces más). Se calcula que cada mes se desembolsan 1.000
millones de dólares sólo para las acciones militares en Afganistán. Para
alcanzar los objetivos globales del acceso universal a la enseñanza, hay que
invertir al menos 5.000 millones de dólares al año. Si nos tomamos en serio la
lucha contra la ignorancia, la enfermedad, la pobreza -y la construcción de un
mundo apropiado para nuestros hijos- tenemos que ser tan diligentes a la hora
de encontrar medios para financiar la educación, la atención sanitaria y el
bienestar social de nuestros niños, como lo somos a la hora de encontrar medios
para defender nuestras naciones en otros sentidos.
Hace muchos años, los
países industrializados acordaron dedicar un 0,7% de la renta nacional a la
Ayuda Oficial al Desarrollo, pero sólo Holanda, Noruega, Suecia y Dinamarca han
cumplido firmemente esa promesa. Muchos de los países más ricos rondan el 0,3%
o no llegan. El anuncio reciente del Gobierno noruego de aumentar su ayuda
desde el 0,92% hasta el 1% de aquí a 2005 es un ejemplo extraordinario para
todos nosotros.
En estos días, los
líderes mundiales participan en la Sesión Especial para la Infancia de Naciones
Unidas. A finales de junio, líderes de los países industrializados más ricos se
reunirán en la Cumbre del G-8 en Canadá. Ambos acontecimientos constituyen una
oportunidad para llevar a la práctica los compromisos ya alcanzados, para
asegurarnos de no dejar pasar ni un minuto más sin emprender una acción rápida
y clara. No debemos permitir que nuestras promesas suenen vacías.
Nosotros -la sociedad
civil y el sector privado- también debemos desempeñar nuestro papel. Los
ciudadanos de los países industrializados pueden hacer que sus Gobiernos e
instituciones donantes se responsabilicen de sus promesas de proveer los fondos
necesarios para financiar la educación universal. Los ciudadanos de los países
en vías de desarrollo deben asegurarse de que sus Gobiernos han creado e
implantado planes de enseñanza sólidos. Los grupos de la sociedad civil y el
sector privado pueden asociarse con sus respectivos Gobiernos con el fin de
canalizar recursos hacia la educación.
Si no alcanzamos los
objetivos para la enseñanza universal, no sólo no cumplimos nuestros
compromisos como gobiernos, comunidades y ciudadanos, sino que también fallamos
a nuestros niños. Todos ellos tienen derecho a aprender.
Nelson Mandela,
ex presidente de Suráfrica,
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